EL DOCTOR RODRÍGUEZ PARRA
I
Intentamos comunicarnos con nuestro amigo el Doctor Rafael
Rodríguez Parra -Abogado U.C (1972), Juez del Trabajo del Estado Lara, Tesorero
y Presidente del Colegio de Abogados en ese estado-, y nos fue imposible. Estaba
en los Estados Unidos donde murió comenzando enero. En Barquisimeto recibió
homenajes tres días y fue sepultado en
el Cementerio Metropolitano, junto a su gemelo Álvaro Martín, quien se le
adelantó en el viaje sin regreso.
Vía e-mail, enviamos a nuestro hermano del alma una carta.
II
El 19 de Marzo de 1967, estábamos en San José de Tiznados.
Lo llevé al Rincón de los Toros y, en el pueblo de San José escuchamos –sin haberlo
imaginado siquiera- al joven médico internista Rafael Hernández Rojas y al
candidato presidencial Rafael Caldera.
Hoy, en su recuerdo, publico la carta, y una fotografía que
le hice en el puente sobre el Río Tiznados.
III
Inolvidable este poeta, hijo de poeta.
San Juan De Los Morros, julio 2016
Doctor Rafael Silvestre Rodríguez Parra.
Los Rastrojos, Estado Lara.
Hermano mío:
Un abrazo a crujir de costillares. Desde el aciago 2007
cuando quedaste hemipléjico por la muy dolorosa perdida de tu otra mitad, de tu yunta, perdida que
convirtió timón en faro, desde entonces
sin verte, salvo en la memoria, película
que veo y devuelvo, y vuelvo a ver, más nítida con el paso de los días, en
buena medida con el peso del tiempo¿ De
nos? Aquí, en la ciudad de los Morros,
anclado:¿ Fondeado, varado, encallado?, dejémoslo en anclado. Corta la vista de
tanto ver “ a través del cristal…”, ni
perdido ni extraviado, borrado a ratos , de todo, menos de aquellos ratos, de
aquel tiempo que no fue mejor solo por pasado sino por el mejor de todos los tiempos vividos y por vivir. En Barquisimeto reviví y
quiso la providencia que fuera en la Avenida de los Abogados- tu
profesión desde el setenta y dos, la mía desde el ochenta y cuatro- donde
ocurriera ese ver la luz que ilumina
para cambiar la que enceguece. Una casa
grande , con un jardín y un busto del epónimo Trujillano cuyos mensajes tuvieron destino y lo siguen
teniendo. ¡El Mario Briceño!, ¡El Mario Briceño!. Aquel lugar, aquella gente.
Nuestros maestros, los mejores maestros de mi mundo: Magda de Castillo, recién
viuda del Jurista Castillo Arráez, sobria como ella sola; Belgia de Guedez,
entusiasta, entusiasmada y entusiasmante; García Sereno, marxista convencido
sin obsesiones convencedoras; Manuel Medrano, biblioteca de historia sin limite,
trago y compostura hasta la sepultura; Néstor Díaz calculaba y bien, “El Topo”
le decíamos los irreverentes. Nos llevó a su casa .Su hija fue reina del liceo.
Almorzamos con ellos; ¿recuerdas?. De esos maestros, Octaviano Quiroz, católico
practicante; el sin igual Pololo, sueños, bandolina y sonrisa; María Cristina
Segura, Rosa. Rosae. El inefable español Castro con su Vousavieztete; Zenair
con sus Cuatro Gigantes del alma de Mira
y López bajo el brazo, y el repertorio de L.E. Ramirez
en su bolso. Ese lugar, ese Barco con
Daniel Segura Jiménez como Capitán y Meléndez Bracovite Timonel. El uno viaje diario a Duaca, Rondalla para serenatas
inolvidables, el otro, historiar como oficio, enseñar como profesión.
De Esos maestros, el más
nuestro, el màs cercano a nosotros, nuestro padrino de promoción, viaje diario
a Quibor, joya en impecable estuche europeo
, esa impecable joya a quien tanto
debemos, le entendíamos y nos comprendía. Nos enseñó para los exigentes
exámenes de literatura y para las duras pruebas de la vida. A su casa en el
Quibor de tu padre fuimos, ¿recuerdas?, fue un domingo frente a la Ermita,
aquella casona, ambiente de monasterio, todo limpio, todo en su lugar, aquella
biblioteca incitadora al deseo de bebérsela de un sorbo. ¡Qué domingo!, un
encuentro cercano con un ser terrestre, espécimen en vías de extinción, todo .sus
alforjas. Sonia y Célida en bicicleta, todas tataretas, todas tataretas, para
nuestro aplauso, para nuestra carcajada celebratoria, en día del viaje al más acá: pueblito, placita, Iglesia,
libros, libritos y librotes. Un domingo en ese Quíbor, donde otro domingo
fuimos a conocer a aquellos mangos que ponderabas hasta mover la curiosidad.
Allí comimos chivo asado, salón sin lavar que nos dejó recuerdos en la boca:
risas hasta el paroxismo, celofán de ollejos en los labios y una sed por varios
días. ¿Recuerdas Rafael, recuerdas?. Ese Quíbor, tu Quíbor que pidió red de
aguas servidas y encontró un cementerio indígena: cultura a la cual llamaron
“Los Lara”, mil seiscientos años según la prueba de C14, baja, muy baja
estatura, pigmeos casi, osamentas en urnas de barro finamente decoradas.
Regresé cargado de huesos y de collares otro domingo en mi vida, otro domingo
para el placer, el saber, el amor.
Sin contar que también fue
un domingo cuando visité por vez primera tu casa de Los Rastrojos, frente a una
iglesia también, ¿coincidencia?. La Iglesia de la Sagrada Familia, simplemente
bella. Tu casa de entonces era también la oficina del telégrafo, que tu bella y
noble madre continuó luego del viaje del poeta Rodríguez Boquillón. Su entrada
se me pareció a la de Chaguaramas, a la de Zaraza, y a la de Altagracia de
Orituco. Se me antoja que todas esas oficinas telegráficas eran sino iguales,
casi, casi. Conocí a tu madre con toda la tristeza de su viudez en el rostro.
Le vi el aura hermano, se la vi desde la primera vez y aquella sonrisa levísima
acariciaba. ¡Cómo olvidarlo!.Tu madre, Doña Teresa, la bella, la noble, la
grande Mujer.
Era una oficina-casa del
morsismo Tu abuela peinando su larga cabellera bañada de aceite de coco y de
argento. Me hablaste de tu padre, sacerdote de oficio, telegrafista, demócrata
activo, perseguido político que anduvo y desanduvo “las riberas de los
afluentes que se se van al mar”, bohemio, y por encima de todo, poeta de
exquisito verso para los del amor y profundos para los del dolor; la novia
quinceañera que se fue “buscando cosas mejores”. Entre los mejores poemas, el
Indio y su tragedia, llevado su guinda, el
guardalineas que fue tu abuelo,
en su soledad, solo, muy solo. Conocí “el cuarto de los locos”, una galería con muchas camas como de cuartel donde nos
echamos a contarnos nuestras vidas, a cantarnos nuestras canciones, a dibujar
nuestros sueños y a reir hasta el paroxismo, de nosotros mismos, de aquellas
locuras tan cuerdas y de aquellas corduras tan locas. Yo contaba mis aventuras
en Tiznados, escopeta en mano, ustedes narraban las suyas por Niquitao. Yo
cambiaba la luz de mis ojos, no de alta a baja, sino de derecha a izquierda:
trataba de ver diferencias entre tú y Álvaro, dos gotas de agua sobre un pétalo
de rosa. Timbre de voz igual, pronunciar castizo, igual, risa que les hacía
cerrar casi completos los ojos, y cuando era completa, hasta húmedas las
pupilas. Campoelias y Alonso atentos a tanteo poético, Sonia con “Los Pocillos
de Guarapo”. Y en voz baja, muy baja, el cuento de la lechosa, travesura
adolescente que sin rubor contabas.
Y fueron muchos los domingos
con la vida plena en esa tu casa. Después de hermanarnos, cualquier día, a
cualquier hora eran buenos para poesía, cuento, chiste o anècdota. Nada faltaba
allí: un modesto sueldo y una modestísima beca alcanzaban para comer un gentío.
Dabamos suficiente a nuestros estómagos
y completó a nuestros espíritus. Tú querías ser abogado, empeño que cristalizó.
Tu gemelo se hizo químico en San
Cristóbal, luego se consagró a la pedagogía. Sueños cumplidos felizmente. De tu
casa, además de aquellos brazos tan abiertos como sus corazones, me llenaba
plenamente aquella disposición de ánimo inagotable, de fuerza inmanente para la
solidaridad la entrega plena, incondicional, aquella especial manera de dar
dándose, de ser espléndidamente felices solo con lo necesario, tan en
correspondencia con el mandato bíblico, en sintonía con nuestra fé, con aquella pasión de vida, a la
cual tu padre tenía tanto miedo como a la muerte,” el desastre de vivir
recordando, el maldito escrutar de curiosos que sondean la existencia del prójimo a su antojo”, todo aquello con esa
música en las palabras tan de ustedes, el cantadito y las expresiones del Vacié
Cará, del Basiruqui, del Naguará, que terminaron pegándosenos
hasta la luna de hoy.
De esos memorables días,
Rafael, Oscar y Gorkis Lenin, inolvidables. Jamás se borrará de nuestra memoria
la madre del Oscar, tan generosa en su pobreza tan digna, ni aquel hombre de
rostro hebreo, luenga barba, desnudo, miseria total, encerrado en un
cuarto-jaula cerca de la casa del Oscar, encerrado con comida y excrementos
juntos porque “se volvió loco”, lo cual nunca entendí, porque cuando hablaba
con èl, era tan cuerdo como ninguno de nosotros. Un domingo, otro domingo, me
dijo que tocaba guitarra y que se la habían quitado. Siempre pienso en el, debe
estar muerto desde hace rato…
Y en estos recuerdos de
Barquisimeto, mis estudios de filosofía en el seminario, junto al Chivo
Villamediana, compartidos con el bachillerato, con tiempo para ir en el VW de
Joseíto. Azul –y en el mío- blanco pintado con brocha- , a la “Morenita”, cerca
de “Los Rastrojos”, rockola con nuestros himnos sentimentales: Raquel Castaños
con “Besos y Cerezas”, Mirtiña con “Hoy Daría Yo La Vida”. Aquí Rafa, aquí está
todo eso guardado, guardado, aquí, aunque la memoria amague con irse, aquí
lucho recordando para que el olvido no nos mate antes de que cesen las
funciones vitales.
Vuelvo a nuestro Pastor: por
el conocí de cuerpo entero a “Santiaguito”, el médico y escritor, llamado
Santiago Ramón y Cajal, nobel de medicina y al rector de Salamanca, Don Miguel
de Unamuno, tan nombrados tantas veces por el uen Pastor, por ese hombre leí
otra vez a Tolstoi, para encontrar en
“La Guerra y la Paz”, redención y el Padre Sergio, mucho mas de cuanto encontré
en la primera lectura, a los doce años, días de entusiasmo por la revolución
cubana, y de pintas nocturnas de paredes: ¡muera Rómulo!, ¡fuera Nixon!.
Por la influencia de Pastór
Cortéz Vázquez nuestra entrega apasionada al aula –septiembre diez y seis del sesenta y
ocho-, bachiller en humanidades y con veintiuno sin cumplir, por ese hombre
bebí del ideario pedagógico de Robinson, Mistral, Pestalosi, Freire, Ribeiro, y
otros, y por él logré vencer las tentaciones de querer tener más de lo
necesario y vivir con sobriedad, modestia y sencillez. Un techo para la
intemperie, cuatro ruedas para ir y venir, un gato, un perro, muchos libros, y
sin deudas con el diablo.
Con ese, que bien merecido
tuvo y tiene la condición de Maestro, más allá de título bien ganado en el
Pedagógico Nacional, aprendimos y
repetimos en el aula varias décadas, él “decíamos ayer”, de Fray Luís al
regreso del cautiverio a sus alumnos de la Universidad Salamantina, y también
del Fray Los versos sobre el mundanal ruido, y la escondida senda de los
sabios. Pastor nos presentó a Cervantes, y de tanto andar por la Mancha en
famélico jamelgo, terminé también con manías redentoras.
Ese hombre Rafael, marcó
nuestras vidas. Cada noche recuerdo su carita de buñuelo –por lo redonda y
dulce-, su cuerpo menudo y su andar sin prisas. Recuerdo esa vez que nos
llevaba en largos viajes por antigüedad, medioevo, renacimiento, recitando el texto
de la tablilla a la entrada al infierno de Alligheri “por mi se va a la ciudad
doliente…”, o el de la tablilla en el manicomio de Roma: “no son todos los que
están, ni están todos los que son…” el me comentó sobre un libro “demoledor” de
un paisano y tocayo mío, acabado de publicar aquellos comienzos de los sesenta.
El escritor se llamaba Argenis Rodríguez, de Santa María de Ipire, ex
guerrillero, con quien trabé amistad hasta su anunciado –durante cuarenta años-
suicidio. Cuando lancé las cenizas de Argenis al Orinoco, de conformidad con su
pedimento, pensé en Pastor: demoledor, demoledor. El libro era “La fiesta del
embajador”
Pastor Rafa, ese canto a la
vida que tuvimos oportunidad grande, gloria íntima y honor incomparable de
tener como maestro, ductor y amigo, no nos dijo nunca –en dos años de estrecha
relación- que había escrito un libro. Jamás. Muchos años después, larga
conversa con el profesor Pedro Díaz Seijas, Guáriqueño, condiscípulo de Israel
nuestro padre, en el Colegio Roscio, fundado por el General Arévalo Cedeño en
este San Juan, director fundador del pedagógico de Barquisimeto, y
compañero de estudios, y de Pastor –y de promoción-, al enterarse de nuestros
vínculos con el Quiboreño ejemplar, nos habló de “la extrema modestia que le
impedía llegar lejos en el ensayo, la crítica y la poesía”, nos enteró del
libro “Contribución al Estudio del Cuento Moderno en Venezuela”, publicado por
la A.E.V en 1943, con bibliografía y todo, obra del entonces muy joven profesor
Pastor Cortéz Vásquez.
En fin hermano, creo que me
encadené cual inmaduro Maduro. Hora de concluir una lata que de parole viene,
perorata que te hago para contraer una deuda más que para saldarla. Estamos a
once meses del Cincuentenario de nuestro egreso de aquellas aulas. Bueno sería
para honrar la memoria de esos nuestros maestros en general, y de Pastor en
particular, reunirnos. Reencontrarnos. En Liceo donde Pastor dibujó los
perfiles del epónimo en magnífico ensayo, también en Quíbor, en su casa o en la
Ermita, o en la calle, y por supuesto, una copa, no importa si a medio llenar,
con vino dulcísimo sabor, hecho en la miel, momento para el abrazo entre
quienes sean sobrevivientes de una generación ganada para “lo justo, para lo
bueno, para lo grande”.
Perdona que halla salido de
mí “yo mayestático”, aprehendido también de Pastor, primera del plural en lugar
del singular, pero, en este género tan personal digo “yo” para decir Argenis,
digo “tú” para decir Rafael, y digo “nosotros” para decir Oscar, Gorki,
Schuman, Anita Gutiérrez –la muerta rebozante de tu anatomía lírica, en aquella
memorable jornada de teatro en el “G.E.Gualdròn, quiero decir , Carlos Miguel,
ido en mala hora, Antonio Urdaneta, figura de las letras patrias, descubierto
no se si por Pastor, por Casta Jota Riera, o por ambos, por Iraima Ramírez, Pedro
Morillo, Célida, María Rosa ,Carmen Gutierrez.,Roa… Y todos, todos, incluidos
Joseíto Córdoba y Tyrone, de ciencias, y Antonio Méndez , también de nosotros.
Quien esté todavía en el mundo de los vivos no debe faltar a esa cita con
historias de vida y de institución.
P.D 1: Otro domingo –ingrato
esta vez-, dos desalmados nos quitaron sin razón ni motivo a nuestro Luís José,
quince años, coleador, atleta. Estuvo con nosotros en el reencuentro de Macuto,
los cuarenta de la promoción, ¿recuerdas?.
P.D 2: Todavía escribo a
mano, luego transcribo mis jeroglíficos a máquina. Como buen A.F (analfabeta
funcional), no uso computadora. Con ser esclavo del amor me basta.
Te abraza, Argenis.
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