lunes, 1 de mayo de 2017

EL DOCTOR RODRÍGUEZ PARRA



EL DOCTOR RODRÍGUEZ PARRA

I
Intentamos comunicarnos con nuestro amigo el Doctor Rafael Rodríguez Parra -Abogado U.C (1972), Juez del Trabajo del Estado Lara, Tesorero y Presidente del Colegio de Abogados en ese estado-, y nos fue imposible. Estaba en los Estados Unidos donde murió comenzando enero. En Barquisimeto recibió homenajes  tres días y fue sepultado en el Cementerio Metropolitano, junto a su gemelo Álvaro Martín, quien se le adelantó en el viaje sin regreso.
Vía e-mail, enviamos a nuestro hermano del alma una carta.

II
El 19 de Marzo de 1967, estábamos en San José de Tiznados. Lo llevé al Rincón de los Toros y, en el pueblo de San José escuchamos –sin haberlo imaginado siquiera- al joven médico internista Rafael Hernández Rojas y al candidato presidencial Rafael Caldera.
Hoy, en su recuerdo, publico la carta, y una fotografía que le hice en el puente sobre el Río Tiznados.

III
Inolvidable este poeta, hijo de poeta.





San Juan De Los Morros, julio 2016
Doctor Rafael Silvestre Rodríguez Parra.
Los Rastrojos, Estado Lara.


Hermano mío:
Un abrazo a crujir de costillares. Desde el aciago 2007 cuando quedaste hemipléjico por la muy dolorosa perdida  de tu otra mitad, de tu yunta, perdida que convirtió  timón en faro, desde entonces sin verte, salvo en la memoria,  película que veo y devuelvo, y vuelvo a ver, más nítida con el paso de los días, en buena medida con el peso del tiempo¿  De nos?  Aquí, en la ciudad de los Morros, anclado:¿ Fondeado, varado, encallado?, dejémoslo en anclado. Corta la vista de tanto  ver “ a través del cristal…”, ni perdido ni extraviado, borrado a ratos , de todo, menos de aquellos ratos, de aquel tiempo que no fue mejor solo por pasado sino por  el mejor de todos los tiempos vividos  y por vivir. En Barquisimeto reviví y quiso  la providencia  que fuera en la Avenida de los Abogados- tu profesión desde el setenta y dos, la mía desde el ochenta y cuatro- donde ocurriera ese ver la luz  que ilumina para cambiar  la que enceguece. Una casa grande , con un jardín y un busto del epónimo Trujillano cuyos mensajes tuvieron destino y lo siguen teniendo. ¡El Mario Briceño!, ¡El Mario Briceño!. Aquel lugar, aquella gente. Nuestros maestros, los mejores maestros de mi mundo: Magda de Castillo, recién viuda del Jurista Castillo Arráez, sobria como ella sola; Belgia de Guedez, entusiasta, entusiasmada y entusiasmante; García Sereno, marxista convencido sin obsesiones convencedoras; Manuel  Medrano, biblioteca de historia sin limite, trago y compostura hasta la sepultura; Néstor Díaz calculaba y bien, “El Topo” le decíamos los irreverentes. Nos llevó a su casa .Su hija fue reina del liceo. Almorzamos con ellos; ¿recuerdas?. De esos maestros, Octaviano Quiroz, católico practicante; el sin igual Pololo, sueños, bandolina y sonrisa; María Cristina Segura, Rosa. Rosae. El inefable español Castro con su Vousavieztete; Zenair con sus Cuatro Gigantes del alma de  Mira y López   bajo el brazo, y el repertorio de L.E. Ramirez en su bolso. Ese lugar, ese Barco  con Daniel Segura Jiménez como Capitán y Meléndez  Bracovite Timonel. El uno viaje  diario a Duaca, Rondalla para serenatas inolvidables, el otro, historiar como oficio, enseñar como profesión.
De Esos maestros, el más nuestro, el màs cercano a nosotros, nuestro padrino de promoción, viaje diario a Quibor, joya  en impecable estuche europeo , esa impecable joya a quien  tanto debemos, le entendíamos y nos comprendía. Nos enseñó para los exigentes exámenes de literatura y para las duras pruebas de la vida. A su casa en el Quibor de tu padre fuimos, ¿recuerdas?, fue un domingo frente a la Ermita, aquella casona, ambiente de monasterio, todo limpio, todo en su lugar, aquella biblioteca incitadora al deseo de bebérsela de un sorbo. ¡Qué domingo!, un encuentro cercano con un ser terrestre, espécimen en vías de extinción, todo .sus alforjas. Sonia y Célida en bicicleta, todas tataretas, todas tataretas, para nuestro aplauso, para nuestra carcajada celebratoria, en día del viaje  al más acá: pueblito, placita, Iglesia, libros, libritos y librotes. Un domingo en ese Quíbor, donde otro domingo fuimos a conocer a aquellos mangos que ponderabas hasta mover la curiosidad. Allí comimos chivo asado, salón sin lavar que nos dejó recuerdos en la boca: risas hasta el paroxismo, celofán de ollejos en los labios y una sed por varios días. ¿Recuerdas Rafael, recuerdas?. Ese Quíbor, tu Quíbor que pidió red de aguas servidas y encontró un cementerio indígena: cultura a la cual llamaron “Los Lara”, mil seiscientos años según la prueba de C14, baja, muy baja estatura, pigmeos casi, osamentas en urnas de barro finamente decoradas. Regresé cargado de huesos y de collares otro domingo en mi vida, otro domingo para el placer, el saber, el amor.
Sin contar que también fue un domingo cuando visité por vez primera tu casa de Los Rastrojos, frente a una iglesia también, ¿coincidencia?. La Iglesia de la Sagrada Familia, simplemente bella. Tu casa de entonces era también la oficina del telégrafo, que tu bella y noble madre continuó luego del viaje del poeta Rodríguez Boquillón. Su entrada se me pareció a la de Chaguaramas, a la de Zaraza, y a la de Altagracia de Orituco. Se me antoja que todas esas oficinas telegráficas eran sino iguales, casi, casi. Conocí a tu madre con toda la tristeza de su viudez en el rostro. Le vi el aura hermano, se la vi desde la primera vez y aquella sonrisa levísima acariciaba. ¡Cómo olvidarlo!.Tu madre, Doña Teresa, la bella, la noble, la grande Mujer.
Era una oficina-casa del morsismo Tu abuela peinando su larga cabellera bañada de aceite de coco y de argento. Me hablaste de tu padre, sacerdote de oficio, telegrafista, demócrata activo, perseguido político que anduvo y desanduvo “las riberas de los afluentes que se se van al mar”, bohemio, y por encima de todo, poeta de exquisito verso para los del amor y profundos para los del dolor; la novia quinceañera que se fue “buscando cosas mejores”. Entre los mejores poemas, el Indio y su tragedia, llevado su guinda, el  guardalineas  que fue tu abuelo, en su soledad, solo, muy solo. Conocí “el cuarto  de los locos”, una galería  con muchas camas como de cuartel donde nos echamos a contarnos nuestras vidas, a cantarnos nuestras canciones, a dibujar nuestros sueños y a reir hasta el paroxismo, de nosotros mismos, de aquellas locuras tan cuerdas y de aquellas corduras tan locas. Yo contaba mis aventuras en Tiznados, escopeta en mano, ustedes narraban las suyas por Niquitao. Yo cambiaba la luz de mis ojos, no de alta a baja, sino de derecha a izquierda: trataba de ver diferencias entre tú y Álvaro, dos gotas de agua sobre un pétalo de rosa. Timbre de voz igual, pronunciar castizo, igual, risa que les hacía cerrar casi completos los ojos, y cuando era completa, hasta húmedas las pupilas. Campoelias y Alonso atentos a tanteo poético, Sonia con “Los Pocillos de Guarapo”. Y en voz baja, muy baja, el cuento de la lechosa, travesura adolescente que sin rubor contabas.
Y fueron muchos los domingos con la vida plena en esa tu casa. Después de hermanarnos, cualquier día, a cualquier hora eran buenos para poesía, cuento, chiste o anècdota. Nada faltaba allí: un modesto sueldo y una modestísima beca alcanzaban para comer un gentío. Dabamos suficiente  a nuestros estómagos y completó a nuestros espíritus. Tú querías ser abogado, empeño que cristalizó. Tu gemelo se hizo químico  en San Cristóbal, luego se consagró a la pedagogía. Sueños cumplidos felizmente. De tu casa, además de aquellos brazos tan abiertos como sus corazones, me llenaba plenamente aquella disposición de ánimo inagotable, de fuerza inmanente para la solidaridad la entrega plena, incondicional, aquella especial manera de dar dándose, de ser espléndidamente felices solo con lo necesario, tan en correspondencia con el mandato bíblico, en sintonía con  nuestra fé, con aquella pasión de vida, a la cual tu padre tenía tanto miedo como a la muerte,” el desastre de vivir recordando, el maldito escrutar de curiosos que sondean la existencia del  prójimo a su antojo”, todo aquello con esa música en las palabras tan de ustedes, el cantadito y las expresiones del  Vacié Cará, del Basiruqui, del Naguará, que terminaron pegándosenos hasta la luna de hoy.
De esos memorables días, Rafael, Oscar y Gorkis Lenin, inolvidables. Jamás se borrará de nuestra memoria la madre del Oscar, tan generosa en su pobreza tan digna, ni aquel hombre de rostro hebreo, luenga barba, desnudo, miseria total, encerrado en un cuarto-jaula cerca de la casa del Oscar, encerrado con comida y excrementos juntos porque “se volvió loco”, lo cual nunca entendí, porque cuando hablaba con èl, era tan cuerdo como ninguno de nosotros. Un domingo, otro domingo, me dijo que tocaba guitarra y que se la habían quitado. Siempre pienso en el, debe estar muerto desde hace rato…
Y en estos recuerdos de Barquisimeto, mis estudios de filosofía en el seminario, junto al Chivo Villamediana, compartidos con el bachillerato, con tiempo para ir en el VW de Joseíto. Azul –y en el mío- blanco pintado con brocha- , a la “Morenita”, cerca de “Los Rastrojos”, rockola con nuestros himnos sentimentales: Raquel Castaños con “Besos y Cerezas”, Mirtiña con “Hoy Daría Yo La Vida”. Aquí Rafa, aquí está todo eso guardado, guardado, aquí, aunque la memoria amague con irse, aquí lucho recordando para que el olvido no nos mate antes de que cesen las funciones vitales.
Vuelvo a nuestro Pastor: por el conocí de cuerpo entero a “Santiaguito”, el médico y escritor, llamado Santiago Ramón y Cajal, nobel de medicina y al rector de Salamanca, Don Miguel de Unamuno, tan nombrados tantas veces por el uen Pastor, por ese hombre leí otra vez  a Tolstoi, para encontrar en “La Guerra y la Paz”, redención y el Padre Sergio, mucho mas de cuanto encontré en la primera lectura, a los doce años, días de entusiasmo por la revolución cubana, y de pintas nocturnas de paredes: ¡muera Rómulo!, ¡fuera Nixon!.
Por la influencia de Pastór Cortéz Vázquez nuestra entrega apasionada  al aula –septiembre diez y seis del sesenta y ocho-, bachiller en humanidades y con veintiuno sin cumplir, por ese hombre bebí del ideario pedagógico de Robinson, Mistral, Pestalosi, Freire, Ribeiro, y otros, y por él logré vencer las tentaciones de querer tener más de lo necesario y vivir con sobriedad, modestia y sencillez. Un techo para la intemperie, cuatro ruedas para ir y venir, un gato, un perro, muchos libros, y sin deudas con el diablo.
Con ese, que bien merecido tuvo y tiene la condición de Maestro, más allá de título bien ganado en el Pedagógico Nacional,  aprendimos y repetimos en el aula varias décadas, él “decíamos ayer”, de Fray Luís al regreso del cautiverio a sus alumnos de la Universidad Salamantina, y también del Fray Los versos sobre el mundanal ruido, y la escondida senda de los sabios. Pastor nos presentó a Cervantes, y de tanto andar por la Mancha en famélico jamelgo, terminé también con manías redentoras.
Ese hombre Rafael, marcó nuestras vidas. Cada noche recuerdo su carita de buñuelo –por lo redonda y dulce-, su cuerpo menudo y su andar sin prisas. Recuerdo esa vez que nos llevaba en largos viajes por antigüedad, medioevo, renacimiento, recitando el texto de la tablilla a la entrada al infierno de Alligheri “por mi se va a la ciudad doliente…”, o el de la tablilla en el manicomio de Roma: “no son todos los que están, ni están todos los que son…” el me comentó sobre un libro “demoledor” de un paisano y tocayo mío, acabado de publicar aquellos comienzos de los sesenta. El escritor se llamaba Argenis Rodríguez, de Santa María de Ipire, ex guerrillero, con quien trabé amistad hasta su anunciado –durante cuarenta años- suicidio. Cuando lancé las cenizas de Argenis al Orinoco, de conformidad con su pedimento, pensé en Pastor: demoledor, demoledor. El libro era “La fiesta del embajador”
Pastor Rafa, ese canto a la vida que tuvimos oportunidad grande, gloria íntima y honor incomparable de tener como maestro, ductor y amigo, no nos dijo nunca –en dos años de estrecha relación- que había escrito un libro. Jamás. Muchos años después, larga conversa con el profesor Pedro Díaz Seijas, Guáriqueño, condiscípulo de Israel nuestro padre, en el Colegio Roscio, fundado por el General Arévalo Cedeño en este San Juan, director     fundador del pedagógico de Barquisimeto, y compañero de estudios, y de Pastor –y de promoción-, al enterarse de nuestros vínculos con el Quiboreño ejemplar, nos habló de “la extrema modestia que le impedía llegar lejos en el ensayo, la crítica y la poesía”, nos enteró del libro “Contribución al Estudio del Cuento Moderno en Venezuela”, publicado por la A.E.V en 1943, con bibliografía y todo, obra del entonces muy joven profesor Pastor Cortéz Vásquez.
En fin hermano, creo que me encadené cual inmaduro Maduro. Hora de concluir una lata que de parole viene, perorata que te hago para contraer una deuda más que para saldarla. Estamos a once meses del Cincuentenario de nuestro egreso de aquellas aulas. Bueno sería para honrar la memoria de esos nuestros maestros en general, y de Pastor en particular, reunirnos. Reencontrarnos. En Liceo donde Pastor dibujó los perfiles del epónimo en magnífico ensayo, también en Quíbor, en su casa o en la Ermita, o en la calle, y por supuesto, una copa, no importa si a medio llenar, con vino dulcísimo sabor, hecho en la miel, momento para el abrazo entre quienes sean sobrevivientes de una generación ganada para “lo justo, para lo bueno, para lo grande”.
Perdona que halla salido de mí “yo mayestático”, aprehendido también de Pastor, primera del plural en lugar del singular, pero, en este género tan personal digo “yo” para decir Argenis, digo “tú” para decir Rafael, y digo “nosotros” para decir Oscar, Gorki, Schuman, Anita Gutiérrez –la muerta rebozante de tu anatomía lírica, en aquella memorable jornada de teatro en el “G.E.Gualdròn, quiero decir , Carlos Miguel, ido en mala hora, Antonio Urdaneta, figura de las letras patrias, descubierto no se si por Pastor, por Casta Jota  Riera, o por ambos, por Iraima Ramírez, Pedro Morillo, Célida, María Rosa ,Carmen Gutierrez.,Roa… Y todos, todos, incluidos Joseíto Córdoba y Tyrone, de ciencias, y Antonio Méndez , también de nosotros. Quien esté todavía en el mundo de los vivos no debe faltar a esa cita con historias de vida y de institución.


P.D 1: Otro domingo –ingrato esta vez-, dos desalmados nos quitaron sin razón ni motivo a nuestro Luís José, quince años, coleador, atleta. Estuvo con nosotros en el reencuentro de Macuto, los cuarenta de la promoción, ¿recuerdas?.

P.D 2: Todavía escribo a mano, luego transcribo mis jeroglíficos a máquina. Como buen A.F (analfabeta funcional), no uso computadora. Con ser esclavo del amor me basta.

Te abraza, Argenis.




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