I
12 DE FEBRERO 1731
En las feraces
tierras bañadas por el Guárico abajo, vivíamos con tres indias descendientes de
la línea de Apamates de las costas de Orituco. Eran mujeres trabajadoras, de
pechos como caimitos y no mal parecidas. Se adaptaron a nuestra forma de vida y
resultaron mejor de lo que pensábamos. Así Manuel Manrique, Argenis
Ranuárez y yo, unimos esfuerzos e
intereses y nos instalamos en una vieja casona cerca de San Sebastián de los
Reyes. Ese fue el fracaso. Porque llegó allí un maldito Alcalde español, Roz de
Arretureta, maniático sexual de nefastos antecedentes quien no perdonaba a las
indias en diez leguas a la redonda. Y se antojó de nuestras mujeres.
Fue fácil. Nos
acusó de irrespetar a la autoridad y fuimos metidos entre rejas. Esa misma
noche violó a las tres indias.
Un mes más tarde
salíamos en libertad. Gloriosa libertad para esperar una luna clara.
Sabíamos de los
recorridos nocturnos de Roz. Llegó la buena noche y lo atrapamos. Le llevamos
al Caramacate y en sus aguas le sumergimos la cabeza por unos diez minutos para
que pudiese ver mejor las estrellas.
En la plaza
Principal nos alinearon. Rehusamos las vendas de los ojos. El protocolo. El
gentío. Lectura del Acta. Los tambores, las cornetas. Eran las 7.30 de la
mañana. Atención, apunten, disparen y bajo el cielo plomizo, un gris en las
seis pupilas tornándose en eternidad y en el último destello de luz, la visión
fugaz de los rostros de las tres indias violadas por el Alcalde.
II
12 DE FEBRERO DE 1831
Dos meses antes
había muerto el Libertador en Santa Marta con toda la amargura pegada a su
alma. En las fiebres vesperales, los delirios reminiscentes de su gloria. Más
allá, la mezquindad y el odio. En Caracas ya ni se le nombraba.
Por esos días
recorríamos los alrededores de Quito, Argenis, Manrique y yo. Dirigíamos un
periódico clandestino. En ese pasquín que circulaba profusamente señalamos con
nombre y apellido al autor intelectual del asesinato de Antonio José de Sucre.
Ya habíamos publicado todos sus datos en torno a los que accionaron las
armas, pero la autoría intelectual
seguía siendo un tema intocable. Por eso nosotros andábamos tras la huella de
José María Obando, pero Obando furiosamente seguía nuestras pistas. Y dieron
con nosotros el día 11 en Ambato. Nos sacaron a media noche y a 12 kilómetros
al Norte, siete hombres, sin protocolo, sin fórmula de juicio, silenciosos, nos
pasaron sendos tarros con ron puro. Al unísono como si estallara un brusco
contacto de asociación mental, los tres vaciamos ese contenido en los rostros
macilentos de los bolsas obsequiosos.
Allí mismo fue la
descarga. Argenis cayó primero, seguramente con un muy agudo dolor. Alcanzó a
gritar… ¡Obando..! Después le tocó a Manrique quien se llevó las manos al
estómago. Lanzó el mismo grito: Obando…! Por último sentí un impacto violento y
el sabor salobre de la sangre en la boca. Me ahogaba, pero pude gritar
Obando…!, antes de que todo desapareciera de mi mente.
III
12 DE FEBRERO DE 1931
Para nosotros
Eustoquio Gómez era mucho más cruel que el mismo primo, Juan Vicente. El
Táchira se había estremecido de horror con ese animal que se solazaba al colgar
a infelices en los ganchos del matadero de San Cristóbal.
Ahora el Estado
Lara temblaba de pánico ante la hiena. Con motivo del Año Santo, en
Barquisimeto se celebraba un gran jubileo. Manrique, Ranuárez y yo nos enfundamos en nuestros
hábitos de Capuchinos. Era tantos los curas que nadie nos tomó por impostores.
Al finalizar el Tedeum salimos tranquilos confundidos con la muchedumbre.
Adelante, Eustoquio seguido de autos negros partió hacia la mansión de la
Carrera 20. Hasta allá nos dirigimos también como tres ángeles celestiales. La
adusta guardia pretoriana del psicópata se puso dura, al vernos. Hubo preguntas.
Inquisición. De donde vienen en concreto. Deseamos una limosna por el amor de
Dios, para el Convento de Nuestra Señora de las Angustias en Caracas. Ese error
fue grave. Los sanguinarios también rezan, se arrodillan y son generosos con la
Iglesia. Eso, para ellos y según ellos, les toca las fechorías. Se saben el
mínimo nombre de Obispos y Sociedades religiosas. El asesino de Puente Hierro
sabía que tal convento no existía y con el esbirro que le llevó el mensaje nos
envió un billete de cien bolívares con la orden de que, al dar las espaldas,
nos atraparan como a unos corderos.
Así fue. El más
temible de los Gómez sospechó lo de la trama capuchina. Fuimos desarmados y
llevados a su presencia.
-Hijos de puta…!
Gritó secamente ahora sin ser curas recen lo que sepan… Y lanzó un gargajo en
una escupidera de porcelana.
De allí fuimos
sacados a golpes y amarrados nos trasladó al viejo cuartel policial. Horas
después rumbo a Cubiro.
Supimos que el
pueblo así se llamaba por las conversaciones de los verdugos. Era en realidad
una hermosa aldea de tarjeta postal envuelta en neblina; en vez de un pueblo
larense parecía más bien un recodo de los Andes. Allí en ese paraje indigno de
ser dañado con esa mancha, nos hicieron los disparos. Los tres caímos en la
tierra fresca dolida de estar bajo el mando de una bestia!
IV
12 DE FEBRERO DEL AÑO 2031
Hacía ya largo
tiempo -52 años- que los grandes monopolios del cemento habían arrasado con los
Morros de San Sebastián. De ellos nada quedó. Todo se convirtió en desierto.
Ahora los Morros de
San Juan, que tras la lucha titánica de algunos hombres conscientes habían
logrado sobrevivir a la dinamita, estaban en riguroso turno. Las grandes
maquinarias para hacerlos añicos. La concesión lista y obtenida por los nietos
de los petrófagos que se tragaron a los Morros de San Sebastián.
Como un recurso
utópico de emergencia, con la ayuda de Ranuárez y Manrique, iniciamos una
sensacional campaña jamás lanzada en el país. 70 diarios teledirigidos, las 4
estaciones de TV de San Juan, se unieron a nosotros. Todavía quedaban en el
mundo unos 7 conservacionistas que nos apoyaron incondicionalmente. Pero nada
surtió efectos. El Morro sanjuanero comenzó a ser dinamitado con pilas atómicas
miligrámicas. Era desastroso todo aquello. La expansión e industrialización así
lo exigían e imponían. El Gobierno daba su respaldo. Nuestra campaña finalizó
justo a la semana siguiente. Auto de detención Periodistas miserables.
Instigadores. Traición a la Patria. Juicio. El trust del uranio y cemento se
unieron. La acción fue sumaria. Sentencia del Tribunal: muerte!
Fue en la plaza
monumental de San Juan, circundada de un espectáculo de sonidos supra-stereos.
Los autos espaciales llegaron por doquier. En medio de la plaza una gran
consola modulaba todo aquel vibrante acto de masas. Una gran pared aluminizada
para colocarnos cantaba los ritmos de moda. Era una fiesta excepcional. De
pronto desde una caseta oculta se oyó la detonación compacta. Algo fue
accionado a distancia. Las balas mercuriales dieron buen blanco en
nuestros cuerpos. Rígidos los cuerpos de
los tres periodistas. Y se nos nubló la vista con la cara hacia el Morro. En el
último segundo de vida, intentábamos ver el pedazo de joroba que apenas
quedaba. Entonces, en medio de las sombras, vislumbramos aquella atrofia
doliente de su ruina final!!.
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